América Latina y el abaratamiento del Petróleo
El precio del petróleo se hunde. Desde al pasado junio ha caído casi un 40% y ya se encuentra por debajo de los US$70 por barril. De continuar así, podríamos encontrarnos ante un nuevo ciclo de precios bajos como el que se produjo desde finales de los años ochenta del siglo pasado, lo que tendría importantísimas consecuencias para la economía mundial en general y para los países de América Latina en particular.
No es fácil identificar con claridad las causas de estos menores precios. Pero sin duda hay dos factores que están jugando un papel relevante. El primero es la menor demanda mundial, derivada de la desaceleración de las economías avanzadas (sobre todo Europa) y emergentes en un entorno de creciente incertidumbre que los más pesimistas han bautizado ya como la era del estancamiento secular en los países ricos. Aquí la ecuación es simple: menor crecimiento implica menor demanda de petróleo y, por tanto, menores precios.
La segunda causa, sobre la que existe un intenso debate, es el impacto que el espectacular aumento de la producción de hidrocarburos no convencionales en Estados Unidos está teniendo sobre el mercado internacional. Con nueve millones de barriles de petróleo diarios, Estados Unidos ya es el segundo productor del mundo, sólo por detrás de Arabia Saudí que produce diez, y ha reducido enormemente sus importaciones, pudiendo llegar a convertirse en exportador neto de energía en 2020. Este aumento de la oferta, contribuye a reducir los precios.
Sin embargo, no está claro si esta situación será permanente o transitoria, y si Estados Unidos optará por exportar energía si tiene capacidad de hacerlo o preferirá almacenarla para dotarse de una ventaja competitiva y geoestratégica en relación a sus rivales, lo que hace casi imposible anticipar cómo evolucionarán los precios en el futuro.
Por último, a estos dos factores hay que añadir el hecho de que, ante la caída de precios, Arabia Saudí, que es el líder de la OPEP, ha optado por no recortar la producción para elevar los precios ya que es consciente de que si el precio del barril se mantiene bajo, los incentivos para desarrollar energías renovables e incluso hidrocarburos no convencionales son menores, lo que perpetúa su posición de dominio en el mercado mundial.
¿Qué significa todo esto para América Latina? Aunque para cada país el impacto es distinto, el conjunto de la región seguramente se verá adversamente afectada, aunque existen algunos efectos positivos que todavía podrían materializarse.
Menores precios del crudo suponen una transferencia de recursos desde los países exportadores (que son varios en la región, empezando por Venezuela) hacia los importadores, que mayoritariamente están fuera de la región, aunque existan excepciones.
Pero, además, los precios del petróleo tienden a afectar también a los de otras commodities, especialmente los alimentos (y en menor medida las materias primas) que son las principales exportaciones de casi todos los países de América Latina. Por lo tanto, el primer impacto será claramente adverso, y ya se está alertando sobre el impacto del fin del súper ciclo de los precios altos de las commodities (petróleo incluido) sobre el crecimiento, que sin duda será negativo.
Por otro lado, si la economía mundial consigue crecer más gracias a unos menores precios del petróleo, América Latina, cuyos principales mercados de exportación son Estados Unidos, Europa y China, podría beneficiarse. Asimismo, si el menor precio del petróleo aumenta el riesgo de deflación en Europa (y en menor medida en Estados Unidos, que no se enfrenta a este peligro de forma tan inminente), es posible que los bancos centrales lleven a cabo políticas expansivas más agresivas (QE en el caso europeo y retraso en las subidas de tipos de interés en el estadounidense), lo que generaría un entorno internacional de mayor liquidez que podría venir bien a los países de América Latina.
En todo caso, la caída de los precios del petróleo sirve para recordarle a la región que haría bien en diversificar su estructura productiva más allá de los productos primarios para reducir su vulnerabilidad a episodios de volatilidad en los precios como los que estamos viendo. Se ha hecho mucho en esta dirección en los últimos años, pero el esfuerzo debería ser mayor.