La crisis en Crimea podría desencadenar un conflicto civil en Ucrania
El conflictivo espacio post-soviético es hoy, tras las sucesivas ampliaciones europeas hacia el este, un territorio en permanente y soterrada disputa. Rusia, la UE y también EE UU tienen muchos intereses —sobre todo económicos y militares— en esa franja geoestratégica que divide culturalmente dos continentes, Europa y Asia. Estos días, la preocupación internacional se centra principalmente en Ucrania, una exrepública soviética donde las hasta ahora élites gobernantes prorrusas han perdido el poder y donde la amenaza de una guerra civil pende sobre las cabezas de sus 46 millones de ciudadanos.
Un país con una situación política interna muy incierta (con un presidente recién nombrado tras un mes de sangrientas protestas y un golpe de estado), una economía al borde de la bancarrota y que ve cómo, de fondo y al calor de la revolución, resurgen las tensiones étnicas, sobre todo en la rusificada península de Crimea.
El drama de Ucrania es que tiene unos vecinos muy poderosos. A un lado la Rusia de Putin, de la que depende financieramente y que no quiere permitir, bajo ningún concepto, que el país vire hacia la órbita de Bruselas. «Rusia», como dice Nicolás de Pedro, investigador del CIDOB, «no puede contentarse con ganar Crimea y perder Ucrania, tiene que replantearse su estrategia y superar sus pulsiones imperiales».
Al otro lado está la Unión Europea, que juega con las bazas del poder blando. La UE está dispuesta a ofrecer, aunque en condiciones no muy ventajosas, un principio de asociación económica y de libre comercio a Ucrania. Un acuerdo que no borraría de un plumazo las dificultades económicas del país, pero que lo integraría definitivamente en un escenario paneuropeo. Dicho acuerdo, que no se firmó por la negativa del ya expresidente Viktor Yanukovich, fue el casus belli de la actual situación de tensión.
Esa división, por así decirlo, externa, también tiene su reflejo en el interior del país. «Las luchas entre pro y anti Maidan [la plaza central de Kiev que ha servido de escenario a la revolución] están ya comenzando a verse en el sur y en el este», reflexionan Jana Kobzova y Balazs Jarábik, investigadores de ECFR, «y el peligro es serio».
Un riesgo de fragmentación que, según Francisco H. Ruíz González, investigador de la Fundación Ciudadanía y Valores, de no atajarse a tiempo «podría materializar la división del país y una escalada de tensión que pudiese llevar incluso a un enfrentamiento armado, de consecuencias imprevisibles”.
Crimea, la piedra de toque
El último episodio del conflicto ha venido del lado de la península de Crimea, un territorio autónomo con su propia Constitución, pero perteneciente a Ucrania. Una provincia especial, cuyos habitantes son mayoritariamente de origen ruso y en cuya principal ciudad, Sebastopol, está amarrada la flota del Báltico rusa. En definitiva, un enclave que Putin, por razones geoestratégicas, no quiere perder. En este sentido, los movimientos militares de su ejército en los últimos días, a los que se une el recién aprobado referéndum de autogobierno, se interpretan como claras señales de presión y advertencia.
Según nos informa nuestro colaborador en Ucrania, Ilya Varlamov, en la noche de hoy (día 27 de febrero) un grupo de unas 60 personas armadas se apoderó del edificio de la Rada Suprema y el Consejo de Ministros de Crimea en el centro de Simferopol, tras la construcción de barricadas, según algunos informes. Ahora el centro de Simferopol acordonado, a los periodistas no se les permite trabajar ni acercarse, ni a las barricadas ni a la Rada Suprema. En Crimea se ha declarado hoy día de fiesta. Esta información la contrastaba Chubarov en su página de la red social Facebook: «Edificios de la Rada Suprema de Crimea y del Consejo de Ministros de Crimea ocupados por hombres armados con uniformes sin identificación. Aún no han anunciado sus demandas».
Un futuro incierto para el espacio postsoviético
El espacio físico que comprenden las exrepúblicas soviéticas, y que hoy parece revivir los viejos aires de la Guerra Fría, tiene por delante un futuro complicado. Con una Rusia actuando simplemente como Rusia —es decir, casi «colonialmente», como dice Álvaro Gil Robles, ex comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa— y con una UE estricta con las palabras pero demasiado blanda con los hechos, Ucrania y el resto de estados de la zona (Bielorrusia, Georgia y otras regiones más olvidadas, como las Osetias y Transnistria) encaran de forma frágil y desigual lo que queda de década.
Fuente: 20 Minutos (CC), Ilya Varlamov