viernes, noviembre 22, 2024
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¿Por qué febrero es tan corto?

Una de las explicaciones más comunes es que, normalmente, febrero tenía 29 días y que César Augusto robó uno para poder añadirlo a agosto, que al fin y al cabo era el mes que fue nombrado para él por envidia de Julio César. El mito es el mito, pero empezaría mucho antes.

Más bien, febrero acabó teniendo 28 días porque, para los romanos, su propia existencia fue una idea tardía. En el siglo VIII a.c. utilizaban el calendario de Rómulo, un calendario de 10 meses que arrancaba el año en marzo. Esa fecha marcaba el equinoccio de primavera y terminaba en diciembre. Vamos, que pasaban de enero y febrero y, probablemente, la cuesta que tenían que pasar era una cuesta de marzo.

De esos diez meses, tan sólo cuatro de ellos tenían 31 días, con lo que el año total les quedaba en 304 días. Básicamente, sesenta menos de los que tenemos ahora. En aquella época, el invierno era un período sin nombre, no se asociaba a unas fechas concretas porque a nadie le importaba mucho. Los agricultores y los cosechadores usaban el calendario como una guía práctica para ellos; el invierno era un periodo inútil y no valía la pena romperse la cabeza en contar, así que durante 61 días del año se podía preguntar ¿en qué mes estamos? Y recibir como respuesta “en ninguno”.

El rey Numa Pompilio pensó que ese periodo sin nombre desvirtuaba un poco la idea de tener un calendario en sí mismo. Era estúpido tener un sistema de meses y días si al final se iba a dejar sin contabilizar una sexta parte del año. Así que en 713 a.c. decidió alinear el calendario con los ciclos lunares del año. El total de estos ciclos es de doce vueltas en un lapso de 354 días. En ese momento se necesitaban entonces dos agrupaciones de meses extra. Por este motivo se introdujeron enero y febrero. La particularidad es que estos se agregaron al final del calendario, haciendo febrero el último mes del año.

Esto, como se puede ver, no quedaría así. Una de las correcciones y reajustes que se fueron incorporando tenía que ver con las supersticiones de los romanos, que creían que los números pares podían traer mala suerte. Por ello, Numa trató de hacer que cada mes fuera distinto del otro. El problema es que para alcanzar la cuota de días exigidos por los ciclos lunares, 355, uno de los meses tenía que ser par. El honor recayó en febrero al que le tocaría tener menos días, con toda seguridad por ser el último en la lista. En el calendario de Numa los meses tenían o bien 31 o bien 29 días alternados, excepto febrero con 28 días y los tres previos que también quedaban en 29, sin alternar.

Con todo, un calendario de 355 días no podía ser perfecto. Algunos de los primeros errores se empezaron a dar cuando pasaban los años y las estaciones empezaban a desajustarse con los meses. La sincronización se sucedía conforme pasaba el tiempo por lo que había que hacer algunos trucos. Los romanos, calculando los desfases en el tiempo, instauraron a.c. el llamado calendario republicano, en el que se invirtió el orden de enero y febrero y se añadió cada dos años un mes intercalar, el mercedonio, llamado así porque era cuando los mercenarios recibían su salario. Completaban la operación borrando los últimos dos días de febrero y empezarían el mercedonio el 24 de febrero. Así, el año medio se ajustó a 366,25 días, un valor más próximo al del año solar.

Este parche era un tanto inconsistente y rompía los esquemas de orden que tenían previsto en muchas facetas de la vida regida por calendario. Una de las fuentes del desatino es que los mercedonios se insertaban al azar, y además se controlaba por los sumos sacerdotes de Roma, que además eran políticos. Esto daba como consecuencia un abuso de poder, que usaban para extender periodos de conveniencia para sus simpatizantes y recortar a los de los enemigos. Cuando llegó Julio César, el pueblo romano ya no tenía idea ni de en qué día estaban. En el 45 a.c., Julio César, aconsejado por el astrónomo Sosígenes de Alejandría, eliminaría los mercedonios e introdujo, por primera vez el calendario juliano.

César alineó el calendario con el sol y añadió unos días para que todo se sumara a 365. Ahora el año empezaba en enero y los meses eran prácticamente iguales a cómo los conocemos. Introdujo el año bisiesto, al que se le añadiría un día; aunque febrero ya no era el último mes del año, pero por tradición, al ser más corto, se le seguiría añadiendo ese día adicional al final. El mes Quintilis, ahora posicionado en séptimo lugar sería el mes del cumpleaños de Julio César, con lo que recibió el nombre de Iulius (julio). La regla de los bisiestos se aplicó mal en los primeros años hasta que Augusto arregló el desaguisado 36 años más tarde, estableciendo la frecuencia correcta de los años bisiestos y mucho tiempo después entraría el calendario gregoriano que usamos hasta ahora. Pero de aquella, febrero ya quedaría con su formato de 28 días.

Karlos García

Karlos García es ingeniero en Grupo VegaMedia, y en sus ratos libres escribe disertaciones sobre tecnología e internet. Por eso siempre está en la nube.

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